domingo, 26 de abril de 2009

Robert Arnauld d´Andilly y Teresa de Jesús 1


Robert Arnauld d´Andilly (1589-1674) fue el mayor de los veinte hijos de Antoine Arnauld, consejero de Estado de Enrique IV de Francia, y de Catherine Millot. Entre sus hermanas figuran las célebres Madres Angélique y Agnès del monasterio de Port-Royal des Champs. Su hermano, Antoine Arnauld d´Andilly, fue, junto con Pascal, la pluma más brillante, acerada y temida del jansenismo. La hija de Robert Arnauld d´Andilly también profesó en el famoso monasterio con el nombre de Angélique de Saint-Jean. De ella nos queda un estupendo Relato de cautiverio, que ha inspirado el Port-Royal de Montherlant.

Sin la “elocuente familia”, como se conoce a los Arnauld desde hace más de tres siglos, muchos aspectos del siglo XVII francés habrían sido radicalmente diferentes.

Robert Arnauld d´Andilly recibió la educación humanista de su tiempo, y al perfecto conocimiento de las lenguas clásicas aunó el dominio del castellano. No era poco común hablar español en el París del siglo XVII: Luis XIV lo hablaba desde su infancia y esa era, a menudo, la lengua que usaba delante de los cortesanos para conversar con su españolísima madre. ¿No escribió, acaso, Cervantes en su "Persiles y Sigismunda": en Francia, ni varón ni mujer dejan de aprender la lengua castellana?

Como su padre, Robert Arnauld d´Andilly fue consejero de Estado y llegó a ser experto en cuestiones financieras.

Los avatares de la política le depararon varios alejamientos de los asuntos de Estado. Fue durante esos períodos cuando se dedicó, con pasión y virtuosismo iguales, a la poesía, a la traducción y a la horticultura.

Dos veces rechazó entrar en la Academia Francesa. Caso, si no único, en extremo inusual.

Fue uno de los hombres más cabales de su tiempo, en un siglo que no fue avaro de ellos: cortesano y anacoreta, traductor admirable, hombre político, poeta refinado y experto jardinero —son célebres sus más de trescientas variedades de peras, por más que Tallemant de Réaux, esa lengua viperina, dijese que la mayoría de esos frutos eran incomibles...

Traductor de San Agustín, de Flavio Josefo, de los padres del desierto, Robert Arnauld d´Andilly llevó la obra completa de Teresa de Ahumada y Cepeda a la lengua admirable del Gran Siglo francés.

Hay que decir que desde Arnauld d´Andilly, pasando por Cyprien de la Nativité de la Vierge, hasta Marcelle Auclair, la obra genial de la carmelita de Ávila ha tenido la suerte de contar con los mejores traductores franceses de cada época.

Si la traducción de las Confesiones de San Agustín es un clásico que sigue estando disponible para el lector francés de hoy en día, no ocurre lo mismo con la de las obras de la Santa, solamente accesible para los especialistas en las ediciones del siglo XVII.

En la presente transcripción del texto francés se ha modernizado la ortografía y la puntuación pero se han respetado algunas particularidades como el uso de las mayúsculas.

Miguel Frontán Alfonso.




Libro de la Vida

Quisiera yo, que como me han mandado, y dado larga licencia, para que escriba el modo de Oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran, para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo; mas no han querido, antes atádome mucho en este caso.

Y por esto pido por amor del Señor, tenga delante de los ojos, quien este discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado santo, de los que se tornaron a Dios, con quien me consolar. Porque considero, que después que el Señor los llamaba, no le tornaban a ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor sino que parece traía estudio a resistir las mercedes que su Majestad me hacía, como quien se vía obligar a servir más, y entendía de sí no podía pagar lo menos de lo que devía.

Sea bendito por siempre, que tanto me esperó. A quien con todo mi corazón suplico, me dé gracia, para que con toda claridad y verdad yo haga esta relación que mis confesores me mandan; y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he atrevido; y que sea para gloria y alabanza suya, y para que de aquí adelante, conociéndome ellos mijor, ayuden a mi flaqueza, para que pueda servir algo de lo que devo a el Señor, a quien siempre alaben todas las cosas, amén.

Avant-propos de la Sainte.

Je souhaiterais que comme l´on m´a ordonné d´écrire très particulièrement la manière de mon oraison et les grâces que j´ai reçues de Dieu, on m´eût permis de faire connaître avec la même exactitude la grandeur de mes péchés et la vie imparfaite que j´ai menée. Ce me serait beaucoup de consolation. Mais au lieu de me l´accorder on m´a lié les mains sur ce sujet.

Ainsi il ne me reste qu´à conjurer au nom de Dieu ceux qui liront ce discours de ma vie de se souvenir toujours que j´ai été si méchante, que je ne remarque un seul de tous les Saints qui se sont convertis à Dieu dont l´exemple puisse me consoler. Car je vois que depuis qu´il lui a plu de les toucher ils n´ont point continué à l´offenser ; au lieu que non seulement je devenais toujours plus mauvaise, mais il semblait que je prisse plaisir à résister aux grâces que Notre Seigneur me faisait, quoique je comprisse assez qu´elles m´obligeaient à le mieux servir et que je ne les pouvais trop reconnaître.

Qu´il soit béni à jamais de m´avoir attendue avec tant de patience ; je ne saurais trop le remercier, et j´implore de tout mon cœur son secours pour pouvoir écrire avec autant de clarté que de vérité cette relation que mes confesseurs m´ont ordonné de faire, et que je n´avais jusques ici osé entreprendre, quoique Dieu m´eût il y a longtemps donné la pensée d´y travailler. Je souhaite qu´elle réussisse à sa gloire, et que me faisant encore mieux connaître à ceux qui m´y ont engagée ils me fortifient dans ma faiblesse, afin que je puisse faire un bon usage des grâces que j´ai reçues de Dieu à qui toutes les créatures doivent donner de continuelles louanges.

Capítulo primero

En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas, y la ayuda, que es para esto, serlo los padres.

El tener padres virtuosos y temeroso de Dios, me bastará, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y ansí los tenía de romance, para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos Santos, comenzó a despertarme de edad (a mi parecer) de seis, u siete años.

Ayudávame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas. Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres, y piadad con los enfermos, y aún con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piadad; y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piadad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar, ni murmurar. Muy honesto en gran manera.

Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella; porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.

Eramos tres hermanas, y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres (por la bondad de Dios) en ser virtuosos, sino fui yo, anque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque, yo he lástima, cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar dellas.

Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios. Tenía uno casi de mi edad (juntábamonos entramos a leer vidas de Santos), que era el que yo más quería, anque a todos tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios las santas pasavan, parecíame compravan muy barato el ir a gozar de Dios, y deseava yo mucho morir ansí, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haver en el cielo, y juntábame con este mi hermano a tratar qué medio havría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen; y paréceme, que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres, nos parecía el mayor embarazo. Espantávanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando desto y gustávamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido e camino de la verdad.

De que vi, que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenávamos ser ermitaños; y en una huerta que havía en casa procurávamos, como podíamos, hacer ermitas, puniendo unas pedrecillas, que luego se nos caían, y ansí no hallávamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver como me dava Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y ansí nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugava con otras niñas, hacer monesterios, como que éramos monjas; y yo me parece deseava serlo, anque no tanto como las cosas que he dicho.

Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que havía perdido, afligida fuime a una imagen de Nuestra Señora y supliquela fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, anque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella, y en fin, me ha tornado a sí. Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haver estado yo entera en los buenos deseos que comencé.

¡Oh Señor mío! Pues parece tenéis determinado que me salve, plega a vuestra Majestad sea ansí; y de hacerme tantas mercedes como me havéis hecho, ¿no tuviérades por bien, no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento, que no se ensuciara tanto posada adonde tan contino havíades de morar? Fatígame, Señor, an decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa, porque no me parece os quedó a Vos nada por hacer, para que desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo; porque no vía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.

Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias de naturaleza que el Señor me había dado (que sigún decían eran muchas) cuando por ellas le havía de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré.

Chapitre premier.

Vertus du père et de la mère de la Sainte. Soin qu´ils prenaient de l´éducation de leurs enfants. La Sainte n´étant âgée que de six ou sept ans entre avec un de ses frères dans le désir de souffrir le martyre.

Les faveurs que j´ai reçues de Dieu et la manière dont j´ai été élevée auraient dû suffire pour me rendre bonne si ma malice n´y eût point apporté d´obstacle. Mon père était fort affectionné à la lecture des bons livres, et en avait plusieurs en langue vulgaire afin que ses enfant les pussent entendre. Ma mère secondait ses bonnes intentions pour nous, et le soin qu´elle prenait de nous faire prier Dieu et de nous porter à concevoir de la dévotion pour la Sainte Vierge et pour quelques Saints, commença à m´y exciter à l´âge de six ou sept ans.

J´y étais, aussi, poussée parce que je ne voyais en mon père et en ma mère que des exemples de vertu. Mon père était très charitable envers les pauvres et les malades, et avait une si grande bonté pour les serviteurs qu´il ne put jamais se résoudre d´avoir des esclaves, tant ils lui faisaient de compassion. Ainsi ayant eu, durant quelques jours chez lui, une esclave qui appartenait à l´un de ses frères, il la traitait comme si elle eût été sa propre fille, et disait qu´il ne pouvait sans douleur voir qu´elle ne fût pas libre. Il était très véritable dans ses paroles : on ne l´entendit jamais jurer ni médire de personne, et li n´y avait rien dans toute sa conduite que fort honnête et fort louable.

Ma mère était aussi très vertueuse, et son peu de santé la fit tomber dans de grandes infirmités. Quoiqu´elle fut extrêmement belle, elle faisait si peu de cas de cet avantage qu´elle avait reçu de la nature, qu´encore qu´elle n´eût que trente-trois ans lors de qu´elle mourut, une personne fort âgée n´aurait pu vivre d´une autre manière qu´elle faisait. Son humeur était extrêmement douce ; elle avait beaucoup d´esprit ; sa vie fut traversée de par de grandes peines, et elle la finit très chrétiennement.


Nous étions douze enfants, neuf fils et trois filles ; et tous par la miséricorde de Dieu ont imité les vertus de mon père, excepté moi, quoique je fusse celle de tous ses enfants qu´il aimait le mieux. Je paraissais, avant que d´avoir offensé Dieu, avoir de l´esprit ; et je ne saurais me souvenir qu´avec douleur du mauvais usage que j´ai fait de bonnes inclinations que Notre Seigneur m´avait données.

J´étais en cela d´autant plus coupable que je ne voyais rien faire à mes frères qui m´empêchât d´en profiter. Quoique je les aimasse tous extrêmement, et que j´en fusse fort aimée, il y en avait un pour qui j´avais une affection encore plus particulière. Il était environ de mon âge et nous lisions ensemble les vies des Saints. Il me parut en voyant le martyre que quelques-uns d´eux ont souffert pour l´amour de Dieu qu´ils avaient acheté à bon marché le bonheur de jouir éternellement de sa présence ; et il me prit un grand désir de mourir de la même sorte, non par un violent mouvement d´amour que je me sentisse avoir pour lui, mais afin de ne point différer à jouir d´une aussi grande félicité que celle que je lisais que l´on possède dans le ciel. Mon frère entra dans le même sentiment, et nous délibérions ensemble du moyen que nous pourrions tenir pour venir à bout de notre dessein. Nous proposâmes de passer dans le pays occupé par les Maures, en demandant l´aumône, afin d´y mourir par leurs mains. Et quoi que nous ne fussions encore que des enfants, il me semble qu´il nous donnait assez de courage pour exécuter cette résolution si nous en pouvions trouver le moyen ; et ce que nous étions sous la puissance d´un père et d´une mère était la plus grande difficulté que nous y voyions. Cette éternité de gloire et de peines que ces livres nous faisaient connaître frapait notre esprit d´un étrange étonnement ; nous répétions sans cesse : Quoi ! pour toujours !, toujours !, toujours ! Et bien que je fusse dans une aussi grande jeunesse Dieu me faisait la grâce en prononçant ces paroles qu´elles imprimaient dans mon cœur le désir d´entrer et de marcher dans le chemin de la vérité.

Lorsque nous vîmes, mon frère et moi, qu´il nous serait impossible de réussir dans notre desseins de souffrir le martyre, nous résolûmes de vivre comme des ermites ; et nous travaillâmes ensuite à faire des ermitages dans le jardin, mais les pierres que nous mettions pour cela, les unes sur les autres, venant à tomber parce qu´elles n´avaient point de liaison, nous ne pûmes en venir à bout. Je ne saurais encore maintenant penser sans en être beaucoup touchée que Dieu me faisait dès lors des grâces dont j´ai si peu profité. Je donnais l´aumône autant que je le pouvais, et mon pouvoir était petit. Je me retirais en solitude pour faire mes prières qui étaient en grand nombre, avec le rosaire pour lequel ma mère avait une grande dévotion et nous l’avait inspirée. Lors que je me jouais avec les petites filles de mon âge mon grand plaisir était de faire des monastères et d’imiter les religieuses ; et il me semble que désirais de l’être, quoique non pas avec tant d’ardeur que les autres choses dont j’ai parlé.

J’avais environs douze ans quand ma mère mourut, et connaissant la perte que j’avais faite je me jetai toute fondante en larmes aux pieds d’une image de la Sainte Vierge et la suppliai de vouloir être ma mère. Quoique je fisse cette action avec une grande simplicité il m’a paru qu’elle me fut fort avantageuse. Car j’ai reconnu manifestement que je ne me suis jamais recommandée à cette bienheureuse Mère de Dieu qu’elle ne m’ait assistée. Elle m’a, enfin, appelée à son service, et je ne puis penser qu’avec douleur que je ne persévérai pas aussi fidèlement que je devais dans les bons désirs que j’avais alors.

Seigneur mon Dieu, puisque j’ai sujet de croire que me faisant tant de grâces vous aviez dessein de me sauver, n’aurait-il pas fallu qui par le respect qui vous est dû encore plus que pour mon intérêt, mon âme dans laquelle vous vouliez habiter n’eût point été profanée par tant de péchés ? Je ne saurais en parler sans en être vivement touchée parce que je n’en puis attribuer la cause qu’à moi seule, étant obligée de reconnaître qu’il n’y a rien que vous n’ayez fait pour me porter dès cet âge à être absolument toute à vous, et que mon père et ma mère ont pris tant de soin de m’élever dans la vertu et m’ont donné de si bons exemples, qu’au lieu de me pouvoir plaindre d’eux j’ai tous les sujets du monde de m’en louer.

Lorsque je fus un peu plus avancée en âge, je commençai à connaître les dons de la nature dont Dieu m’avait favorisée et que l’on disait être grands. Mais au lieu d’en rendre grâces à Dieu je m’en servis pour l’offenser, ainsi que je le dirai par la suite.





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