martes, 27 de diciembre de 2016

Alfred Jarry, Remy de Gourmont y Berthe de Courrière

Alfred Jarry - El amor en visitas
Es posible encontrar rasgos autobiográficos en distintos capí­tulos de El amor en visitas (por ejemplo, en la afición por el alcohol del Lucien de En casa de Manon, o en la descripción de sus ojos, semejante a la hecha por Rachilde de los de Jarry: “En su rostro pálido, de nariz corta, sus ojos negros eran como dos grandes agujeros, ojos de una singular fosforescencia…”), pero el de En casa de la señora anciana es casi enteramente autobiográfico, hasta el punto de que Jarry incluyó en él tex­tualmente documentos auténticos. De hecho, se trata menos de un relato que de una salvaje venganza escrita contra Remy de Gourmont y su amante, modelo de la anciana señora de la fic­ción, Berthe de Courrière.
Esta última, cuyo verdadero nombre era Caroline-Louise-Victoire Courrière, había nacido en Lille en 1852 y, decidida a conquistar la gloria (es decir, en la Francia de la época, a con­quistar París), partió a los veinte años rumbo a la capital, donde llevó la vida de una demi-mondaine (mujer mantenida que lleva una vida mundana).
Pronto se hizo célebre gracias a su belleza, las proporciones inusuales de su anatomía (al parecer, siendo una adolescente ya calzaba zapatos de número 42…), a sus extravagancias y a sus prestigiosos amantes. El primero de éstos fue el general Georges Boulanger (quien en 1889 estuvo a punto de terminar con la incipiente Tercera República, y del que Jarry se burla en la figura del general Mitron), seguido por varios ministros. Conquistó, más tarde, al escultor Auguste Clésinger, yerno de George Sand, quien la tomaría por modelo del busto de la Ma­rianne que se encuentra hoy en día en el Palacio del Senado y para la estatua monumental de la República exhibida en la Exposición Universal de 1878, y que lamentablemente se ha perdido. Mejor aún (para Berthe y para la historia de la litera­tura): haría de ella su heredera universal, con lo que, a la muerte del escultor en 1883, se encontraría en posesión de una fortuna considerable.
Tres años más tarde conocería a Remy de Gourmont, para convertirse en su amante y en su musa inspiradora. Gracias a él, entró en la literatura como había entrado en las artes plásti­cas: además de hacerle publicar algunos artículos en el Mer­cure de France, Gourmont la transformará en la protagonista de su novela Sixtine, roman de la vie cérébrale, y más tarde de Fantôme. Se la presentará, a su vez, a Joris-Karl Huysmans, quien hará de ella la satánica Hyacinthe Chantelouve de su novela Là-bas; Berthe de Courrière le ofrecía, para esto, un material muy rico: apasionada por el esoterismo, era conocida por frecuentar sacerdotes renegados, asistir a misas negras y cultivar, según el testimonio de Rachilde, costumbres tan sin­gulares como la de arrojarles hostias consagradas a los perros callejeros. Curiosamente, jugó un papel esencial en la conver­sión de Huysmans al catolicismo, ya que fue ella en persona quien lo llevó a ver al abate Mugnier, como éste mismo lo dejó consignado en su célebre Journal:
Madame Berthe Courrière me trajo esta tarde a la sacristía al novelista Huysmans. Conversación muy curiosa. Anoto: ‘Tengo atavismos religiosos’. […] Acaba de escribir Là-bas, un libro satánico lleno de misas negras. Querría escribir un libro de tono opuesto. Pero para escribirlo desearía transformarse, acabar con ciertas costumbres. […] Piensa en hacer un retiro en la Cartuja o en otra parte. ‘Un monje frustrado’, decía de él su compañera.
A principios de 1894 se produciría el encuentro entre Jarry y Remy de Gourmont, en los salones del Mercure de France, donde Rachilde, esposa de Alfred Vallette, fundador de la re­vista, animaba su círculo literario frecuentado por los más re­nombrados autores de la época. La amistad entre Gourmont y Jarry fructificaría en octubre de ese año, fecha de aparición de la lujosa revista L'Ymagier, que dirigían en forma conjunta. No es imposible que Berthe de Courrière contribuyese a financiar la revista gracias a su fortuna; si así fue, no se debió, desgra­ciadamente, a un interés puramente artístico y literario. Berthe concibió pronto por el joven Alfred una pasión que no tardó en manifestarse; según algunos de los comentaristas actuales de la historia, fueron Rachilde y el escritor Jean de Tinan quienes tuvieron la maligna ocurrencia de hacerle creer a la extrava­gante mujer que Jarry estaba enamorado de ella y que no era indiferente a sus encantos. Deseosa de conquistar al esquivo escritor, Berthe le envió cartas y telegramas que no obtuvieron respuesta y, finalmente, escondido entre las páginas de un li­bro que le prestó, un texto inflamado en el que, con el título de Tua res agitur, le declaraba su pasión en los términos más hiperbólicos. Era demasiado. La reacción de Jarry no se hizo esperar: fue violenta. Rompió con la pobre Berthe, rompió con Gourmont (lo que significó la muerte de L'Ymagier apenas cumplidos los dos años de su nacimiento) y, sediento de ven­ganza, escribió la Inscripción sobre la gran historia de la an­ciana señora, sangriento poema satírico en que se burlaba de Berthe. (Lo de “anciana señora” era, indudablemente, excesivo, si tenemos en cuenta que en ese entonces la aludida tenía tan sólo unos cuarenta y tres años; pero Jarry tomó la expresión de un texto de Gourmont, Le panorama de la vieille dame, publi­cado en la revista Pan de abril-mayo de 1895, en que el autor había escrito: “La anciana señora es realmente anciana y hasta un poco calva, debajo de su peluca amarilla…”, palabras que no se referían, sin duda, a Berthe, pero que Jarry reutilizó a su conveniencia en su relato —con lo que su ataque, o contraata­que, recayó también sobre la persona de Gourmont, a quien designa en el poema, como después designaría en el relato, como “le vieux daim”, jocoso y malévolo masculino de “la vieille dame”).
No contento con eso, no dudó en convertir el episodio en el tercer capítulo de El amor en visitas; si bien el encuentro que se narra en él es inventado, no lo es el texto de Tua res agitur, como tampoco lo son las cartas que envía la enamorada, que reproducen, con escasas modificaciones y sin omitir faltas de ortografía, las que la pobre enamorada le envió al joven Jarry.
La venganza era salvaje, y, si es cierto que Rachilde había jugado en todo esto un papel de instigadora, queda constancia en sus cartas a Jarry de que se arrepintió muy pronto:
Me siento apenada, mi pequeño Ubú, por la historia de la anciana señora… Es difamarla, y si ella está menos loca que de costumbre puede llevarte a los tribunales, así que… Quizás sea de lamentar que no quieran ence­rrar del todo a los locos, pero si se los deja libres tam­poco es para que tengamos que tratarlos como a personas razonables y… responsables. Cada vez que le hagas daño a un animal o a un inconsciente me llenarás de indignación… Ha sido tonta, ridícula, pero eso tiene por causa una locura que tú mismo pudiste constatar, pero ella te ha hecho favores…
(Las alusiones de Rachilde a la locura de Berthe no eran meras exageraciones compasivas: víctima de su desequilibrio mental, la pobre mujer había sufrido por lo menos dos interna­ciones en establecimientos psiquiátricos…).
Sea como sea, Rachilde obró para que El amor en visitas fuese publicado en una editorial de sesgo licencioso, ya que era una obra poco “decente” para encontrar su lugar en las edito­riales más serias de la época; contaba con que el libro alcan­zase un éxito de ventas y de escándalo que le garantizase adecuados ingresos a su autor. Pero no logró ni lo uno ni lo otro.
Berthe de Courrière acompañó a Remy de Gourmont hasta su muerte, ocurrida en 1915, y como en ese momento, debido a la guerra, no había otras posibilidades en París para darle sepultura, logró que se lo admitiese en el panteón de su ex amante Clésinger, en el cementerio del Père-Lachaise. Sólo le quedaban unos meses por vivir, antes de ir a reunirse con ellos.

Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
Apéndice a El amor en visitas de Alfred Jarry
EDLM, primera edición en epub, mayo de 2013.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Stéphane Mallarmé: Pobre niño pálido

 Stéphane Mallarmé - Poemas en prosa - Edición bilingüe
Stéphane Mallarmé - Poemas en prosa - Edición bilingüe

POBRE NIÑO PÁLIDO

POBRE niño pálido, ¿por qué gritas a voz en cuello en la calle tu canción aguda e insolente, que se pierde entre los gatos, señores de los tejados?, puesto que no atravesará los postigos de los primeros pisos, detrás de los cuales tú ignoras pesadas cortinas de seda encarnadina.

  Cantas fatalmente, sin embargo, con la tenaz seguridad de un hombrecito que va solo por la vida y que, como no cuenta con la ayuda de nadie, trabaja para sí mismo. ¿Has tenido un padre alguna vez? Ni siquiera tienes una anciana que te haga olvidar el hambre pegándote cuando vuelves sin un céntimo.

  Pero tú trabajas para ti mismo: de pie en las calles, cubierto de ropas desteñidas hechas como las de un hombre, prematuramente flaco y demasiado alto para tu edad, cantas para comer, con empecinamiento, sin bajar tu mirada malvada sobre los demás niños que juegan en la calle.

  Y tu canción triste suena tan alto, tan alto, que tu cabeza desnuda, que se alza en el aire a medida que sube tu voz, parece querer separarse de tus pequeños hombros.

  Hombrecito, ¿quién sabe si un día no se irá, cuando, después de haber gritado mucho tiempo en las ciudades, hayas cometido un crimen? Un crimen, vamos, no es muy difícil de cometer, basta con tener coraje después del deseo, y hay algunas personas que… Tu carita es enérgica.

  Ni un céntimo cae en la canasta de mimbre sostenida por tu larga mano que cuelga sin esperanza sobre tu pantalón: harán que te vuelvas malo y un día cometerás un crimen.

  Tu cabeza sigue erguida y quiere dejarte, como si supiera de antemano, mientras tú cantas con un aire que se vuelve amenazador.

  Te dirá adiós cuando pagues por mí, por quienes valen menos que yo. Probablemente viniste al mundo para llegar a eso y ya desde ahora ayunas, te veremos en los diarios.

  ¡Oh, pobre cabecita!
STÉPHANE MALLARMÉ
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.
Ediciones De La Mirándola, epub, marzo de 2016.

PAUVRE ENFANT PÂLE


PAUVRE enfant pâle, pourquoi crier à tue-tête dans la rue ta chanson aiguë et insolente, qui se perd parmi les chats, seigneurs des toits? car elle ne traversera pas les volets des premiers étages, derrière lesquels tu ignores de lourds rideaux de soie incarnadine.

  Cependant tu chantes fatalement, avec l’assurance tenace d’un petit homme qui s’en va seul par la vie et, ne comptant sur personne, travaille pour soi. As-tu jamais eu un père? Tu n’as pas même une vieille qui te fasse oublier la faim en te battant, quand tu rentres sans un sou.

  Mais tu travailles pour toi: debout dans les rues, couvert de vêtements déteints faits comme ceux d’un homme, une maigreur prématurée et trop grand à ton âge, tu chantes pour manger, avec acharnement, sans abaisser tes yeux méchants vers les autres enfants jouant sur le pavé.

  Et ta complainte est si haute, si haute, que ta tête nue qui se lève en l’air à mesure que ta voix monte, semble vouloir partir de tes petites épaules.

  Petit homme, qui sait si elle ne s’en ira pas un jour, quand, après avoir crié longtemps dans les villes, tu auras fait un crime? un crime n’est pas bien difficile à faire, va, il suffit d’avoir du courage après le désir, et tels qui… Ta petite figure est énergique.

  Pas un sou ne descend dans le panier d’osier que tient ta longue main pendue sans espoir sur ton pantalon: on te rendra mauvais et un jour tu commettras un crime.

  Ta tête se dresse toujours et veut te quitter, comme si d’avance elle savait, pendant que tu chantes d’un air qui devient menaçant.

  Elle te dira adieu quand tu paieras pour moi, pour ceux qui valent moins que moi. Tu vins probablement au monde vers cela et tu jeûnes dès maintenant, nous te verrons dans les journaux.

  Oh! pauvre petite tête!


lunes, 5 de diciembre de 2016

Ambrose Bierce: Dos ladrones


DOS LADRONES

DOS ladrones entraron en el granero de un granjero y robaron una bolsa de hortalizas; y luego de que uno de ellos la cargara en sus hombros, salieron corriendo. Un momento después, todos los animales domésticos y las aves de corral presentes en el lugar les iban pisando los talones, con gran alboroto, lo que entrañaba el riesgo de que el granjero bajase a perseguirlos con sus perros.

  —No te imaginas cómo me ayuda a escapar el peso de esta bolsa, aumentando mi impulso —dijo el que llevaba el bulto—; qué te parece si tú cargas con ella.

  —¡Ah! —repuso el otro, que con gran celo había estado indicando el camino hacia la salvación, sin perder la delantera—, es interesante descubrir cómo un peligro compartido hace confiada a la gente. Mil veces dijiste que a mí no se me puede confiar un botín valioso. Es humillante confesarlo, pero yo mismo estoy convencido de que si tomase esa bolsa, y el ímpetu que confiere, tú no podrías dar por descontada tu ganancia.

  —Un peligro compartido —fue la réplica— parece estimular la convicción tanto como la confianza.

  —Es muy probable —asintió el otro, secamente—; estoy realmente demasiado ocupado para entrar en esas sutilezas. Encontrarás una detallada discusión del tema en el Zend Avesta.

  Pero los bastonazos les enseñaron más en un minuto de lo que hubieran podido sacar de ese excelente libro en quince días.

  Y si hubieran tenido el privilegio de leer esta fábula, les habría enseñado más que ambas cosas.

AMBROSE BIERCE
Traducción de Tamara McCarol.
Telarañas de un cráneo vacío ©Ediciones De la Mirándola, septiembre de 2013.



TWO THIEVES

Two thieves went into a farmer's granary and stole a sack of kitchen vegetables; and, one of them slinging it across his shoulders, they began to run away. In a moment all the domestic animals and barn-yard fowls about the place were at their heels, in high clamour, which threatened to bring the farmer down upon them with his dogs.

  "You have no idea how the weight of this sack assists me in escaping, by increasing my momentum," said the one who carried the plunder; "suppose you take it."

  "Ah!" returned the other, who had been zealously pointing out the way to safety, and keeping foremost therein, "it is interesting to find how a common [pg 11] danger makes people confiding. You have a thousand times said I could not be trusted with valuable booty. It is an humiliating confession, but I am myself convinced that if I should assume that sack, and the impetus it confers, you could not depend upon your dividend."

  "A common danger," was the reply, "seems to stimulate conviction, as well as confidence."

"Very likely," assented the other, drily; "I am quite too busy to enter into these subtleties. You will find the subject very ably treated in the Zend-Avesta."

  But the bastinado taught them more in a minute than they would have gleaned from that excellent work in a fortnight.

  If they could only have had the privilege of reading this fable, it would have taught them more than either.




sábado, 3 de diciembre de 2016

Rainer Maria Rilke: Tres poemas de "Las rosas. Las ventanas".

Edición en papel de "Las rosas. Las ventanas".

ROSA, tú, oh cosa por excelencia completa
  que se contiene a sí misma infinitamente
  y que infinitamente se expande, oh cabeza
  de un cuerpo ausente de tan suave,
  nada te iguala, oh tú, suprema esencia
  de este flotante ámbito;
  de este espacio de amor en el que, apenas se avanza,
  tu aroma nos envuelve.

ROSE, toi, ô chose par excellence complète
  qui se contient infiniment
  et qui infiniment se répand, ô tête
  d’un corps par trop de douceur absent,
  rien ne te vaut, ô toi, suprême essence
  de ce flotant séjour ;
  de cet espace d’amour où à peine l’on avance
  ton parfum fait le tour.

UNA sola rosa es todas las rosas
  y es ésta: el irreemplazable,
  el perfecto, el dócil vocablo,
  encuadrado por el texto de las cosas.

  Cómo lograr decir sin ella
  lo que fueron nuestras esperanzas,
  y las tiernas intermitencias
  en el incesante partir.

UNE rose seule, c’est toutes les roses
  et celle-ci : l’irremplaçable,
  le parfait, le souple vocable
  encadré par le texte des choses.

  Comment jamais dire sans elle
  ce que furent nos espérances,
  et les tendres intermittences
  dans la partance continuelle.

¿NO eres, acaso, nuestra geometría,
  ventana, simplísima forma
  que sin esfuerzo circunscribes
  nuestra vida enorme?

  Aquélla a la que amamos no es nunca tan bella
  como cuando la vemos asomarse
  enmarcada por ti; porque, oh ventana,
  tú la vuelves casi eterna.

  Todo azar queda abolido. El ser
  se yergue en medio del amor,
  con ese poco espacio en torno
  del que somos los dueños.

N’ES-TU pas notre géométrie,
  fenêtre, très simple forme
  qui sans effort circonscris
  notre vie énorme ?

  Celle qu’on aime n’est jamais plus belle
  que lorsqu’on la voit apparaître
  encadrée de toi ; c’est, ô fenêtre,
  que tu la rends presque éternelle.

  Tous les hasards sont abolis. L’être
  se tient au milieu de l’amour,
  avec ce peu d’espace autour
  dont on est maître.

Primera edición en formato digital, julio de 2012.
Primera edición en papel, diciembre de 2016.
© de la traducción, prólogo y cronología:
© de esta edición: Ediciones De La Mirándola.
ISBN: 9781519066749    


    
   

jueves, 24 de noviembre de 2016

"La Bella y la Bestia" de Gabrielle de Villeneuve en papel

"La Bella y la Bestia" de Gabrielle de Villenueve.
Estimados amigos:
Ediciones De La Mirándola nació en un momento de cambios profundos en los paradigmas establecidos de producción literaria, edición y lectura; cambios mucho más revolucionarios (estábamos y estamos convencidos de ello) que los producidos por la invención de la imprenta, con lo que esta significó en cuanto a la difusión y la democratización del libro y la cultura.
Nació... es decir, nacimos, con la voluntad de sumarnos con entusiasmo a esos cambios y, desde ese entonces (fue a principios de 2012), hemos venido publicando todos los títulos de nuestro catálogo exclusivamente en formato digital, accesibles de inmediato desde cualquier lugar del mundo y a precios módicos.
Los cambios, sin embargo, llevan su tiempo para imponerse, y los hábitos arraigados saben cómo subsistir. Es comprensible que muchos lectores prefieran mantenerse fieles al viejo y querido libro de papel, que desde hace siglos acompaña a una humanidad deseosa de lectura. Para llegar a esos lectores, hemos decidido ir sumando progresivamente todos nuestros títulos al formato tradicional: el libro que se toca, se hojea, se huele, se retira de un estante, se regala, envejece con nosotros y es capaz de sorprendernos, a la vuelta de los años, devolviéndonos algo que anotamos en sus márgenes o que escondimos entre sus hojas, y que habíamos olvidado.
Y, puesto que de metamorfosis se trata, ¿qué mejor, para empezar, que La Bella y la Bestia, título preferido entre todos por nuestros lectores?
El mismo empieza a encontrarse disponible para su adquisición en las distintas tiendas de Amazon (amazon.es, amazon.fr, amazon.it, amazon.co.uk, amazon.de, amazon.jp y, para el resto del mundo, amazon.com); a él se irán sumando, progresivamente, todos los títulos de nuestro catálogo. Y, de allí en adelante, todos nuestros títulos serán publicados tanto en formato digital como en papel.
Los invitamos a acompañarnos en nuestra nueva aventura, y les agradecemos su fidelidad.

http://delamirandola.com/

viernes, 11 de noviembre de 2016

Charles Baudelaire: Querida mamá. Primeras cartas a la madre


Entre los muchos libros que Charles Baudelaire se propuso escribir, y que nunca escribió, estaba el que haría real, con auténtica y absoluta sinceridad, el proyecto que Jean-Jacques Rousseau había intentado, con menos franqueza que insidia, en sus Confesiones: la redacción de una obra, Mi corazón al desnudo, en la que volcaría sus pensamientos y sus emociones más íntimos. De aquel proyecto sólo quedarían exiguos y reveladores apuntes. Pero lo que Baudelaire no podía sospechar era que, involuntariamente, lo iba desarrollando con sus apasionantes cartas y, sobre todo, con sus Cartas a la madre, cuyo primer volumen nos enorgullece haber publicado.
En éstas vemos al Baudelaire más espontáneo, al Baudelaire menos “ataviado” para la posteridad, al Baudelaire que no necesita ocultar sus cóleras, su prodigalidad, sus debilidades, sus angustias, sus rencores, sus caprichos infantiles, sus miedos, su inseguridad por lo que le reserva el futuro, su insatisfacción por la manera irregular e inconstante en que se dedica al único interés real de su vida: la literatura, su frustración por no ser capaz de llevar a cabo los innumerables proyectos con los que fantaseó interminablemente a lo largo de tantos y tan difíciles años; y, detrás de cada una de sus líneas, la silueta de la admirable mujer que, a veces calumniada por biógrafos parciales, supo acompañarlo, fielmente y pese a todo, en cada instante de su accidentada vida.



Jueves [6 de febrero de 1834(?)]

  Mamá:



  No te escribo para pedirte perdón, porque sé que ya no me creerías; te escribo para decirte que es la última vez que me dejan sin salida, que de ahora en adelante quiero estudiar y evitar todos los castigos que podrían, aunque más no fuera, retrasar mi salida. Es realmente la última vez, te lo juro, te doy mi palabra de honor. Voy a estudiar; lo creas o no, estarás obligada a creerlo cuando te haya dado pruebas de un cambio completo. No me atrevo a interrumpir el inglés, que me lleva tiempo, porque, como lo empecé y ya lo abandoné el año pasado, me parece que sería una vergüenza no terminar. Este año, sin embargo, ando flojo en la clase, y deseo firmemente ponerme al nivel de los que el año pasado eran tan buenos como yo. Mi padre debe de estar muy disgustado; pero dile en mi nombre lo que te escribo, dile que me arrepiento mucho de no haber estudiado estos tres meses que acaban de pasar. No es una promesa vana; me acordaré de que te juré que estudiaría. Y aunque me haya venido muy abajo, todavía tengo bastante sentido del honor como para no frustrar tu esperanza por segunda vez, sobre todo después de haberte dado mi palabra. No obstante, las mejores acciones del mundo son los actos y no las palabras. Espero que pronto pueda darte pruebas de mi sinceridad. Espero que el jefe de estudios ya no tenga quejas que presentarte sobre mí. Estudiando, volveré a ocupar el sitio honroso que tenía en la clase del año pasado.

  Tráeme por favor al colegio, si no estás enferma, pomada para los labios, porque hace mucho que me duelen.


  Tu hijo CHARLES, muy descontento por causarte tantos disgustos.


  Si a causa de mi mala conducta no quieres traerme tú misma lo que te pido, y si es Joseph el que viene, que me traiga en una cesta o en una cartera los siguientes libros para Songeon, que me expresó su deseo de leerlos, y que tú tendrás la amabilidad de tomar de mi armario:

 Grandeza de los romanos;


 Convalecencia del viejo cuentista;


 Obras selectas de Gresset;


 Viaje de Levaillant (los dos tomos).


***

[Febrero de 1834(?)]

  Mamá:

  Te va extrañar mucho que hoy también me haya quedado sin salida; sin embargo, no he faltado a mis promesas; ya desde el momento en que envié mi última carta puedo asegurar que mi aplicación y mi conducta han mejorado mucho; pero la primera semana (ya estábamos a mediados de la quincena cuando escribí la carta) influyó tanto en el informe de conducta que eso solo hizo que me dejaran sin salida. Sin embargo, la segunda semana mejoró un poco mis notas, ya que todo lo demás es bastante bueno, tanto en la división como en la clase. Privado desde hace mucho del gusto de verte, le ruego a papá que emplee un ardid muy inocente. Si sigo estudiando como lo vengo haciendo desde hace una semana, no podrán negarme para el jueves que viene certificados satisfactorios sobre mi aplicación y mi conducta. Los presentaré. Si papá consiente en alegar ante el jefe de estudios la mala salud que tienes desde hace unos días, podré esperar un permiso especial para salir. Mis calificaciones han sido buenas y estoy décimo primero en traducción inversa y cuarto en historia natural. Sabía mucho para mi examen de historia natural.

  Tu hijo CHARLES.

***

Lyón, 25 de febrero [de 1834].

  Papá y mamá:

  Les escribo esta carta para intentar convencerlos de que todavía queda alguna esperanza de sacarme del estado que los apena tanto. Sé que en cuanto mamá lea el comienzo de esta carta, dirá: ya no le creo más, que papá dirá lo mismo; pero no me desanimo, no quieren venir más a verme al colegio para castigarme por mis tonterías; pero vengan una última vez para darme buenos consejos, para alentarme. Todas estas tonterías proceden de mi atolondramiento y mi holgazanería. Cuando la última vez volví a prometerles que ya no les daría disgustos, hablaba de buena fe, estaba resuelto a estudiar y a estudiar en serio para que ustedes pudiesen decir: tenemos un hijo que reconoce cómo nos ocupamos de él; pero el atolondramiento y la pereza me hicieron olvidar los sentimientos que me animaban al prometer. No es a mi corazón al que hay que reprender, es bueno; es mi mente la que hay que fijar, a la que hay que hacer reflexionar con bastante firmeza para que las reflexiones queden grabadas en ella. Ustedes empiezan a creer que soy un ingrato, tal vez están muy convencidos de ello. ¿Cómo probarles lo contrario? Sé cómo hacerlo: poniéndome a estudiar de inmediato; pero, haga lo que haga, el tiempo que he pasado sumido en la pereza y en el olvido de mi deber para con ustedes será siempre una mancha. ¿Cómo hacerles olvidar en un momento una mala conducta de tres meses? No lo sé y, sin embargo, es lo que querría. Devuélvanme enseguida su confianza y su afecto, vengan a decirme al colegio que me las han devuelto. Será el mejor medio de hacerme cambiar también en un momento.

  Ustedes han desesperado de mí como de un hijo cuyos males no se pueden remediar y para el cual todo se ha vuelto indiferente, que pasa el tiempo sumido en la pereza, que es flojo, débil y no tiene valor para levantar cabeza. He sido flojo, débil, perezoso, durante cierto tiempo no he pensado en nada; pero como nada puede hacer que el corazón cambie, sigo conservando mi corazón, que a pesar de sus defectos tiene su lado bueno. Me ha hecho sentir que no debo desesperar de mí mismo. Pensé que podía escribirles y comunicarles las reflexiones que me sugirió el tedio que me produce una vida que pasé sumido en la pereza y los castigos. Y la sola idea de que ustedes pudiesen considerarme un ingrato me levantó un poco el ánimo. Si ustedes mismos ya no lo tienen para venir al colegio, contéstenme y denme en una carta los consejos y las palabras de aliento que me hubieran dado en persona en el locutorio. El jueves por la mañana van a dar las calificaciones de historia natural, espero sacar una buena. ¿Esta esperanza que tengo puede inducirlos a escucharme? Últimamente he vuelto a sacar una muy mala, una muy mala, pero el deseo de reparar esa afrenta hizo que esta mañana pusiese mucho empeño en mi prueba escrita. Si realmente han tomado la decisión de no venir más al colegio antes que una nueva conducta les demuestre un cambio total de mi parte, escríbanme, guardaré las cartas, las leeré a menudo para luchar contra mi atolondramiento, para hacerme derramar lágrimas de arrepentimiento, para que mi atolondramiento y mi pereza no me hagan olvidar las faltas que tengo que reparar. En fin, como les dije al comienzo de mi carta, el corazón no tiene culpa alguna en esto. Un temperamento superficial, una inclinación irresistible a la pereza me han hecho cometer todas estas faltas. Que no les quepa la menor duda. Ustedes no olvidarán, estoy seguro, que tienen un hijo en el colegio, pero no olviden que ese hijo tiene un corazón. Esto es lo que quería escribirles. Mi objetivo es muy simple, quiero convencerlos de que no tienen que desesperar de mí. ¿Y quién, por otra parte, pensando que sus padres ya no quieren venir a verlo y han llegado al punto de tratarlo con el máximo rigor, no se habría apresurado a escribir para sacarlos de su engaño? No es el trato riguroso lo que me afecta. Es la vergüenza de haberlos obligado a utilizarlo. No es a la casa a la que estoy apegado, como tampoco a las comodidades que encuentro en ella cuando salgo, es al gusto de verlos a lo que soy sensible, al gusto de charlar con ustedes todo un día, a los elogios que pueden hacerme por mis estudios. Les prometo que voy a cambiar, pero no desesperen de mí y sigan confiando en mis promesas.

  CHARLES.
Charles Baudelaire - Querida mamá. Cartas a la madre 1834-1859.
Ediciones De La Mirándola, enero de 2015, 561 páginas, ISBN  978-987-3725-03-6



miércoles, 2 de noviembre de 2016

Alfred Jarry: Costumbres de los ahogados

http://delamirandola.com/titulos/166-el-amor-en-visitas
COSTUMBRES DE LOS AHOGADOS

Hemos tenido ocasión de entablar algunas relaciones bastante íntimas con esos interesantes borrachos perdidos del acuatismo. De acuerdo con nuestras observaciones, un ahogado no es un hombre que ha fallecido por sumersión, pese a que tienda a acreditarlo la opinión: es un ser aparte, con hábitos especiales y que, según creemos, se adaptaría maravillosamente a su medio si aceptáramos dejarlo permanecer allí el tiempo adecuado. Es notable que se conserven mejor en el agua que al aire libre. Sus costumbres son extrañas y, aunque les guste evolucionar en el mismo elemento que a los peces, diametralmente opuestas, si se nos permite expresarnos así, a las de éstos: en efecto, mientras que los peces, como es sabido, sólo viajan contra la corriente, es decir, en el sentido que mejor hace trabajar su energía, las víctimas de la funesta pasión del acuatismo se abandonan al curso del agua como si hubieran perdido todo empuje, con una perezosa indolencia. Sólo revelan su actividad con movimientos de cabeza, reverencias, zalemas, semi-volteretas y otros gestos corteses que les gusta hacer cuando se encuentran con los hombres terrestres. Estas manifestaciones no tienen, según nuestro parecer, ningún alcance sociológico: sólo hay que ver en ellas hipos inconscientes de borracho o los movimientos de un animal.


El ahogado señala su presencia, como la anguila, mediante la aparición de burbujas en la superficie del agua. Se los captura, lo mismo que a la anguila, con una fisga; tender para ellos nansas o líneas de fondo resulta menos ventajoso.


Puede inducirnos a error, en lo que respecta a las burbujas, la gesticulación desconsiderada de un simple ser humano que, por el momento, sólo se encuentra en estado de ahogado practicante. El ser humano, en este caso, es extremadamente peligroso y en todo comparable, como lo hemos anunciado más arriba, a un borracho perdido. La filantropía y la prudencia imponen, pues, distinguir dos fases en su salvataje: 1º la exhortación a la calma; 2º el salvataje propiamente dicho. La primera operación, indispensable, se efectúa muy bien mediante un arma de fuego; pero hace falta tener un buen conocimiento de las leyes de refracción; un golpe de remo basta en la mayoría de las circunstancias. Ya sólo queda —segunda fase— capturar al sujeto con el mismo método que para un ahogado ordinario.


Es poco frecuente que los ahogados se desplacen en cardúmenes, a la manera de los peces. Puede inferirse de esto que su ciencia social está aún en estado embrionario, a menos que se juzgue más simple suponer que es su combatividad y su valor guerrero el que es inferior al de los peces. Por lo que éstos se comen a aquéllos.


Estamos en condiciones de probar que hay un solo punto en común entre los ahogados y los demás animales acuáticos: desovan [1], como los peces, aunque sus órganos reproductores estén, para el observador superficial, constituidos como los de los humanos; desovan, pese a esta objeción más grave: que ningún edicto municipal protege su reproducción mediante una momentánea prohibición de su pesca.


Un ahogado se vende por lo común a veinticinco francos en el mercado de la mayoría de los departamentos: es ésta una fuente de ingresos honestos y provechosos para la simpática población fluvial. Sería, pues, patriótico fomentar su reproducción, tanto más cuanto que, por falta de esta medida, grande es siempre la tentación, entre los ciudadanos ribereños y pobres, de fabricar algunos artificiales, aunque idénticos para la recompensa, mediante el maquillaje por vía húmeda de otros ciudadanos vivos.


El ahogado macho, en la temporada de desove, que dura casi todo el año, se pasea por su desovadero, yendo, según su costumbre, aguas abajo, con la cabeza inclinada hacia adelante, la espalda arqueada para arriba, las manos, los órganos de desove y los pies oscilando sobre el lecho del río. Pasa con gusto horas enteras arrojándose contra las hierbas. La hembra va de igual modo aguas abajo, con la cabeza y las piernas vueltas hacia atrás, panza arriba.

Así es la vida.

[1] Jarry usa el verbo frayer, que significa desovar, para los peces, y tener relaciones amistosas unos con otros, para los seres humanos.

Traducción para Literatura & Traducciones de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán.


LES MOEURS DES NOYÉS

Nous avons eu occasion de nouer quelques relations assez intimes avec ces intéressants ivres-morts de l’aquatisme. D’après nos observations, un noyé n’est pas un homme décédé par submersion, malgré que tende à l’accréditer l’opinion commune : c’est un être à part, d’habitudes spéciales et qui s’adapterait, croyons-nous, à merveille à son milieu si l’on voulait bien l’y laisser séjourner un temps convenable. Il est remarquable qu’ils se conservent mieux dans l’eau qu’à l’air libre. Leurs mœurs sont bizarres, et, bien qu’ils aiment à se jouer dans le même élément que les poissons, diamétralement opposées, si nous osons ainsi dire, à celles de ceux-ci : en effet, alors que les poissons, comme on sait, ne voyagent qu’en remontant le courant, c’est-à-dire dans le sens qui exerce le mieux leur énergie, les victimes de la funeste passion de l’aquatisme s’abandonnent au fil de l’eau comme ayant perdu tout ressort, dans un paresseux nonchaloir. Ils ne décèlent leur activité que par des mouvements de tête, révérences, salamalecs, demi-culbutes et autres gestes courtois qu’ils affectionnent à la rencontre des hommes terriens. Ces démonstrations n’ont, à notre avis, aucune portée sociologique : il n’y faut voir que des hoquets inconscients d’ivrogne ou le jeu d’un animal.
Le noyé signale sa présence, comme l’anguille, par l’apparition de bulles à la surface de l’eau. On les capture, de même que l’anguille, à la foëne ; il est moins profitable de tendre à leur intention des verveux ou des lignes de fond.
On peut être induit en erreur, quant aux bulles, par la gesticulation inconsidérée d’un simple être humain qui n’est encore qu’à l’état de noyé stagiaire. L’être humain, dans ce cas, est extrêmement dangereux et comparable en tout, comme nous l’avons annoncé plus haut, à un ivre-mort. La philanthropie et la prudence commandent donc de distinguer deux phases dans son sauvetage : 1° l’exhortation au calme ; 2° le sauvetage proprement dit. La première opération, indispensable, s’effectue fort bien au moyen d’une arme à feu ; mais il faut être familier avec les lois de la réfraction ; un coup d’aviron suffit dans la plupart des circonstances. Il ne reste plus — seconde phase — qu’à capturer le sujet par la même méthode qu’un noyé ordinaire.
Il est rare que les noyés aillent par bancs, à l’instar des poissons. On en peut inférer que leur science sociale est encore embryonnaire, à moins qu’on ne juge plus simple de supposer que c’est leur combativité et leur valeur guerrière qui est inférieure à celle des poissons. C’est pourquoi ceux-ci mangent ceux-là.
Nous sommes en mesure de prouver qu’il y a un seul point commun entre les noyés et les autres animaux aquatiques : ils frayent, comme les poissons, bien que leurs organes reproducteurs soient, pour l’observateur superficiel, conformés comme ceux des humains ; ils frayent, malgré cette objection plus grave, qu’aucun arrêté préfectoral ne protège leur reproduction, par une prohibition momentanée de leur pêche.
Un noyé se vend de façon courante vingt-cinq francs sur le marché de la plupart des départements : c’est là une source de revenus honnêtes et fructueux pour la sympathique population fluviale. Il serait donc patriotique d’encourager leur reproduction, d’autant que, faute de cette mesure, la tentation est toujours grande, chez le citoyen riverain et pauvre, d’en fabriquer d’artificiels, mais égaux devant la prime, au moyen du maquillage par voie humide d’autres citoyens vivants.
Le noyé mâle, en la saison du frai, laquelle dure presque toute l’année, se promène dans sa frayère, descendant, selon sa coutume, le courant, la tête penchée en avant, les reins élevés, les mains, les organes du frai et les pieds ballant sur le lit du fleuve. Il reste volontiers des heures à se balancer dans les herbes. Sa femelle descend pareillement le courant, la tête et les jambes renversées en arrière, le ventre en l’air.
C’est la vie.
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lunes, 31 de octubre de 2016

John Keats y Julio Cortázar




ODE ON A GRECIAN URN

THOU still unravish'd bride of quietness,  

  Thou foster-child of Silence and slow Time,  
Sylvan historian, who canst thus express  
  A flowery tale more sweetly than our rhyme:  
What leaf-fringed legend haunts about thy shape      
  Of deities or mortals, or of both,  
    In Tempe or the dales of Arcady?  
  What men or gods are these? What maidens loth?  
What mad pursuit? What struggle to escape?  
    What pipes and timbrels? What wild ecstasy?  

Heard melodies are sweet, but those unheard  

  Are sweeter; therefore, ye soft pipes, play on;  
Not to the sensual ear, but, more endear'd,  
  Pipe to the spirit ditties of no tone:  
Fair youth, beneath the trees, thou canst not leave  
  Thy song, nor ever can those trees be bare;  
    Bold Lover, never, never canst thou kiss,  
Though winning near the goal—yet, do not grieve;  
    She cannot fade, though thou hast not thy bliss,  
  For ever wilt thou love, and she be fair!

Ah, happy, happy boughs! that cannot shed  

  Your leaves, nor ever bid the Spring adieu;  
And, happy melodist, unwearièd,  
  For ever piping songs for ever new;  
More happy love! more happy, happy love!  
  For ever warm and still to be enjoy'd,  
    For ever panting, and for ever young;  
All breathing human passion far above,  
  That leaves a heart high-sorrowful and cloy'd,  
    A burning forehead, and a parching tongue.

Who are these coming to the sacrifice?  

  To what green altar, O mysterious priest,  
Lead'st thou that heifer lowing at the skies,  
  And all her silken flanks with garlands drest?  
What little town by river or sea-shore,  
  Or mountain-built with peaceful citadel,  
    Is emptied of its folk, this pious morn?  
And, little town, thy streets for evermore  
  Will silent be; and not a soul, to tell  
    Why thou art desolate, can e'er return.

O Attic shape! fair attitude! with brede  

  Of marble men and maidens overwrought,  
With forest branches and the trodden weed;  
  Thou, silent form! dost tease us out of thought  
As doth eternity: Cold Pastoral!
  When old age shall this generation waste,  
    Thou shalt remain, in midst of other woe  
  Than ours, a friend to man, to whom thou say'st,  
'Beauty is truth, truth beauty,—that is all  
    Ye know on earth, and all ye need to know.'


ODA A UNA URNA GRIEGA


Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su calma ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.


Versión castellana de JULIO CORTÁZAR.